EMPÍREO

No quedaba nada, ni ellos mismos. Escribieron muchos capítulos de una historia inacabada. Me atrevería a decir que fueron ocho, pero quizá fallase, así que no os fiéis mucho de mis cálculos. No llegaron ni a escribir los doce, mínimo que ellos tenían para que algo se pudiera llamar historia. No obstante, todos los que escribieron fueron muy intensos, tanto que terminó con ambos, con el poco tiempo que les quedaba, con su esperanza de un final feliz, terminó con aquello que llaman amor en este mundo hostil. Terminó con todo.
Ella escribía desde hace mucho, tenía un libro, una historia repleta de capítulos, imposible de enumerar todos. Había sacado incluso tres sagas que compartía con su autor favorito (ya fallecido), pero ya le aburría. Cuando empezó era novedad, pero poco a poco, al convertirse en rutina perdía la emoción. Día tras día la escritura mejoraba, pero las historias no variaban, y eso a ella era llago que no le gustaba. Dejó que sus sagas fueran alcanzando el máximo éxito, al igual que el que ella había conseguido porque a ella se le acabaron las historias que contar, y ahora eran las sagas quienes las contarían.
Al verse en esta situación decidió salir a la calle, a vivir una historia para poder contarla, la última y la más intensa que contaría jamás. Todo comenzó en aquella biblioteca...
Os contaré como escribía. Escribía de forma cuidadosa, siempre un mismo margen, una misma línea, un mismo tamaño. No daba lugar a la presencia de ninguna falta de ortografía, pero en estos últimos meses, las cosas estaban cambiando. Al igual que ella, su escritura e historias, se iban depravando poco a poco. Hasta ese día, en el que el amor le alcanzó como un disparo, hasta ese día en el que comenzó su última historia. Descubrió a un autor muy desalentado, pero que le llamaba la atención por las desigualdades que compartían, al que puso en busca y captura.
Él, que deciros de él. Era todo lo contrario. Escritor innato de todos sus fraudes, de todos sus malestares. No le importaban las reglas, ni siquiera creo que supiera al menos una regla ortográfica, pero que más da. Escribir le hacía ser él mismo. No tenía ningún libro, sólo pequeños fragmentos, eso que él llamaba historias inacabadas. Jamás encontró nada que le hiciera inspirarse lo suficiente como para crear una historia. Pero todo cambió, desde aquel día en esa gran biblioteca de ciudad, que visitaba de vez en cuando, cuando cogió el libro de aquella autora tan marcada y limitada, a la que puso en busca y captura.
Cuando ambos llegaron a conocerse, tras varios meses de búsqueda, poco a poco fueron estableciendo algo más que una amistad, algo que tienen que tener los escritores para poder crear una historia. Así que decidieron hacerlo, decidieron crear una historia, y como os dije, crearon muchos e intensos capítulos, pero él intento de aquel escritor de llegar a escribir una historia fracasó, volvió a fracasar. Esta vez inspiración no le faltaba, sino que se quedó sin autora. Esta vez fue la musa quien le dejó. En cuestión de días se marchó con sus éxitos anteriores, con su libro, con su historia, dejando atrás todo lo mundano. Se marchó con el que realmente era su autor favorito, con quien escribió toda su historia y creó sus sagas. Él, esperaba de las nubes un lo siento que nunca llegó.
No obstante, aunque para él al principio fuese duro ese dolor e irreemplazable, no se rindió. Se propuso terminar aquellos cinco capítulos que les quedaban para que todos ellos llegaran a formar una historia.